La teoría de conjuntos describe cada número natural (0, 1, 2, 3, …) como un saco dentro del cual se encuentran todos los números más pequeños que él. El cero: un saco vacío; el uno: un saco con el cero (que es un saco vacío); el dos: un saco con el uno (que es un saco con el cero [que es un saco vacío]) y el cero (que es un saco vacío); el tres: un saco con el dos (que es un saco con el uno [que es un saco con el cero {que es un saco vacío}]), el uno (que es un saco con el cero [que es un saco vacío) y el cero (que es un saco vacío)… así, profundizando en la jerarquía, hasta no terminar nunca. ¿Nunca? Nunca en el tiempo o el espacio, nunca en el almacén de paréntesis y puntos y comas. Pero esta sucesión eternamente escalada, en la cabeza sí termina. Termina o está contenida, mejor dicho, en el número omega. El número omega es el saco que contiene todos, los infinitos, números. El número omega es un número, pero no es un número natural. Es el primer número infinito, el número de los números (naturales).
El día del concierto de La Llum a les Ones es el día de los días. Es el día omega, que contiene todos los esfuerzos hechos por todas las personas relacionadas con él, en todos los días anteriores a él. Es un día en el que no puedes hacer nada más que no sea recopilar días, porque de lo contrario introduces una aberración, un contrasentido como los de las películas de viajes en el tiempo. No puedes tocar nada, porque alteras el pasado y entonces el mismo día omega.
El día de los días, digo, empezó a las nueve de la mañana en la recepción del CCCB. Allí estaban Sisco, el regidor de sonido, y Ferran Altarriba, joven programador especializado en juegos (gamification, como le gusta decir a él) que había trabajado en ICFO en verano creando unos juegos interactivos para eventos como el del día omega, y que venía directo de Puigreig directo de Aarhus donde estudia un master en diseño-ingeniería-gestión de tecnología multimedia.
Ferran tenía cara de sueño, Sisco tenía cara de velocidad. Con nosotros venía además un empleado de MRW, que traía unos roll-ups de exposición, con la relación entre algunas tecnologías fotónicas de actualidad y sendas ilustraciones (todas ellas maravillosas) de los albores de la ciencia ficción realizadas por Frank R. Paul. El empleado de MRW tenía su propia cara, y empujaba el carrito con los 16 roll-ups sin poder ser ayudado por ninguno de nosotros porque las ruedas eran inestables y más de un punto de aplicación de fuerza hacía que el carrito siguiera una trayectoria caótica y era absurdo seguirla porque no nos llevaba a la Sala Teatre, al menos no nos llevaba allí de manera predecible.
Y allí fuimos los tres. Al espléndido edificio blanco del segundo patio del CCCB. Un edificio que hace esquina y tiene las letras CCCB grabadas y haciendo juegos con las ventanas. Cada vez que lo veo se me limpia la cabeza y me late más rápido el corazón. Es la «venue» del día omega. Un magnífico paraíso. Un imponente juzgado del último día que desde hace tres años nos viene ofreciendo Bàrbara Roig, directora del CCCB Educación (seguidlos el twitter, no paran de organizar actividades y recursos no-estándar para escuelas).
Atravesamos la entrada, amplia, limpia, vaciísima, dejamos los roll-ups apilados en una esquina, nos encaramamos a las escaleras mecánicas y preparamos nuestros ojos para el orden de sillas y gradas de la sala de conciertos. Siscu se acodó en el escenario con un cigarro liado en la boca y Ferran pronució solemne: «Fantástico recinto. Comenzaré a hacer las pruebas, a ver de qué vamos a morir.» Eligió el rincón izquierdo para poner la webcam que captaría la luz de las linternas de la audiencia y nos dispusimos a averiguar nuestra enfermedad terminal.
La primera muerte fue rápida, y tenía que ver con la resolución de la pantalla, que alteraba por completo la gráfica de los juegos. Tardamos en resucitar. Durante ese lapso sombrío fueron llegando más componentes del equipo de sonido, que colocaban cables y pinzas y amplis y monitores en un ambiente festivo con picos de discordia y risas como cuando se pone la mesa para el desayuno en una casa de familia numerosa. Yo comprobaba el e-mail, los mensajes de teléfono, atenta a la dinámica en parte porque es muy agradable de observar, en parte por si alguien necesitaba mi ayuda, que en la mayoría de los casos consistía en asistir a escenas de semipánico derivadas de problemas que el vocabulario técnico hacen incomprensibles pero que se pueden seguir leyendo en las caras y los gestos.
Resucitamos de la muerte violenta provocada por la resolución de la pantalla. Ferran había estado un buen rato con los números del programa, ajustando valores y cuadros, y ahora subía y bajaba las escaleras, con su aire elegante y lejano, su educación correctísima, sus ojos atentos, encendiendo linternas de colores, cambiando el código del programa, volviendo a subir y bajar las escaleras, incansable.
Fin de la Parte I