Videos, pictures, and more
The musicians and their songs
Blaumut Previsions d’acostament, based on “Un deseo fugaz”, Clara Pous, Escola GEM, Mataró.
El tercer semestre Lentes y cálculos, based on “Luces cegadoras”, Víctor Guerra and Alba Larrosa, Col·legi Casp, Barcelona.
Esperit! La llum aconsegueix per fi arribar al seu destí, based on “El despertar”, Helena Izquierdo González, Maristes Valldemia, Mataró.
Flying Moussaka Eaters Light never dies (Supernova 1006), Lasrian Cronin, INS Josep Lluís Sert, Castelldefels.
Gerard Civat i els Civets En busca de la luz, Martina Roca, Escola GEM, Mataró.
Il Xef Malatesta i Els Laietans Canela, Jose Manuel Borrego, Aula Escola Europea, Barcelona.
Los Gerónimo Los primeros rayos de luz, Aïcha Makanga, Lycée Français de Barcelona.
Oscar MartorellVuit minuts dinou segons, Guillem Méndez, Javi González, David Jiménez, Col·legi Casp, Barcelona.
The Entangled ICFO Band Mar de Ardora based on “Luciérnagas”, Gemma Blández, Escola GEM, Barcelona.
The Free Fall Band Mirrors… Some light rhymes, Jana Codina and Enric Soler, Jesuïtes de Casp, Mataró.
Selected texts
Un deseo fugaz, Clara Pous
¿Se podía considerar un chico supersticioso? ¿O el hecho de pedir deseos a las estrellas fugaces estaba considerado un juego para niños pequeños? Ni era un juego, ni un obsesionado. Era la creencia y el optimismo que empeñaba en aquel hecho, soñando que lo que pedía algún día se haría realidad. Era la ilusión, las ganas que todo niño tiene de tenerlo todo, de tener todo lo que pida para, según ellos, ser el niño más feliz del mundo. Y es así como surgió la historia, la historia de un niño llamado Ibón.
Ibón tenía ocho años. Era un niño tímido e introvertido, no tenía muchos amigos porque se limitaba a ir al laboratorio a preguntar al profesor Einstein, coger su telescopio y subir al tejado a esperar que pasara la estrella que tanto estaba esperando.
Desde pequeño le fascinaban las estrellas, en especial las fugaces. Más que verlas como partículas de polvo y hielo que se encuentran en el espacio y son fruto de restos de la formación solar, las veía como si fueran hechos mágicos. Cada tarde iba a visitar al señor Einstein, su profesor de física, para preguntarle cuando sería la próxima previsión de acercamiento de una estrella a la Tierra. Muy nervioso, restaba noches y noches sentado en el tejado esperando el día que el profesor Einstein le había dicho, y, cuando veía acercarse la estrella, cerraba los ojos con fuerza y pedía el mismo deseo de siempre, el que nunca anteriormente se le había cumplido. Esta era su única distracción, con la que siguió y siguió hasta cumplir once años.
Un día, cansado de esperar, decidió inventar una solución a este problema. Después de pensar y pensar y asegurándose de que la hipótesis era cierta consultándola con el profesor Einstein, llegó a una conclusión. Las partículas de hielo y polvo que se encuentran en el espacio chocan contra la atmósfera terrestre a unos 180.000 km por hora, y es el roce con el aire lo que hace que se quemen emitiendo luz y provocando ese trazo luminoso que es tan hermoso ver pero que dura tan poco. El chico llegó a la conclusión que el recorrido de la estrella es largo, pero como va a mucha velocidad y ese contacto con el aire dura poco, es normal que no se cumplan los deseos, porque cuando acabas de pedirlo ya se ha apagado la luz. Con esta teoría planteada y la aprobación de Einstein, el chico se puso a pensar soluciones para poder captar la luz de la estrella durante más segundos.
No sabía por dónde empezar, así que empezó a buscar información en Internet, y no encontró nada relacionado con el tema. Decidió consultar con el profesor el medio para encontrar una solución y él le propuso quedar en su laboratorio dos días por semana, pero no hallaron la fórmula. Un poco ya frustrados por el tiempo perdido y los resultados alcanzados, decidieron hacer un descanso durante tres semanas.
Una de estas tardes, a Ibón se le iluminó la cara al ver como su hermano intentaba cazar mariposas, y, una vez metidas en la caja, les impedía la salida y se veían obligadas a poner sus capullos allí mismo. Corrió hacia la escuela para encontrar al profesor y explicarle lo que se le había ocurrido. Einstein quedó asombrado. Ibón había pensado en crear unos cristales que individualmente son transparentes pero que si se colocan en serie y paralelos entre sí, la luz no puede atravesarlos. En cambio, si se va rotando uno de los dos cristales, la luz empieza a atravesarlos alcanzando la máxima intensidad cuando se ha rotado el cristal hasta noventa grados. Al principio no lo entendió mucho, ya que no relacionó este hecho con poder captar la luz, pero cuando el niño le explicó que lo que quería conseguir con esto era que la luz entrase pero no pudiese salir lo comprendió todo. A pesar de que era una buena idea, no estaban del todo convencidos con que aquello pudie ra funcionar.
Estuvieron semanas y semanas trabajando en los cristales, elaborándolos y mirando que todo encajara para no tener imprevistos a última hora. Esperaron a la previsión de acercamiento de una estrella a la Tierra y empezaron a prepararlo todo para llevar a cabo el experimento. Quedaron aquella noche en casa de Ibón, y como sus padres ya estaban acostumbrados a improvisaciones de última hora no pusieron ninguna traba.
Instalaron el telescopio y descolgaron el espejo del baño de sus padres para ponerlo en el suelo del tejado. Cogieron una caja de cartón donde pegaron un cristal en un extremo y el otro paralelo a este al otro extremo. Después de esperar y esperar, llegó el gran momento. Se acercaba la estrella, y mientras uno miraba por el telescopio e iba informando al otro, este sujetaba el cristal en una mano y la caja en otra, a una distancia y un ángulo calculado, para que cuando la luz de la estrella se reflejase en el espejo, rebotara de inmediato a la otra mano y entrase por el cristal abierto, el cual una vez captada la luz, cerrarían. Tenían que hacer la operación muy rápidamente y con precisión para que no se apagara la luz, pero lo consiguieron a la primera.
Consiguieron captar la luz, estaban muertos de alegría. Lo primero que hicieron fue asegurarse que habían cerrado bien la caja. Una vez comprobado, el profesor decidió dejar solo a Ibón para que pidiera su deseo, pero le ordenó que fuera rápido para que no se disolvieran las partículas de hielo y polvo. Y así fue. Ibón cerró bien los ojos, incluso más fuerte que otras veces, pidió el deseo y abrió la caja para que volara universo allá y se cumpliese.
Pasaron los años e Ibón tenía cada vez más claro que quería dedicarse a esto, quería ser como Einstein. Para ello, decidió presentar la teoría a una convención de científicos con el nombre de fenómeno de la polarización, homenajeando y recordando al profesor, quien ya no estaba pero le había ayudado mucho. Ibón sorprendió mucho con la teoría. Los científicos decidieron aceptarla y difundirla, y fue aquí donde empezó el largo recorrido que le quedaba a aquel chico para llegar a ser uno de ellos.
Luces cegadoras, Víctor Guerra and Alba Larrosa
Nos encontramos en el desván lúgubre de una mansión, ocho pequeñas ventanas y ningún tipo de decoración en aquellas enormes paredes, me acerco al pequeño foco de tenue luz que emana de una de las ventanas. La SRA. BLANCO, el ama de llaves, junto con el SR. PRADO y la SRTA. AMAPOLA esperan pacientes en el amarillento sofá mientras que la SRA. CELESTE y el PROFESOR MORA intentan apaciguar a sus empleados, quienes parecen muy alterados por los variopintos rumores que han estado corriendo durante la semana, y el CORONEL RUBIO da vueltas sobre sí mismo, algo alejado del grupo. Todos esperan a que diga algo, y, aunque no sé muy bien cómo empezar, lo hago:
YO: Parecía un crimen perfecto, el más perfecto que jamás me había encontrado, pero el asesino, como ocurre en todas las novelas, ha cometido un error: no haber caído en que yo investigaría el caso.
Todos los presentes, incluso el nervioso CORONEL RUBIO, clavan en mí su mirada. La tensión
crece de forma exponencial. Noto que el asesino se está mordiendo el labio superior y tiene los ojos extremadamente abiertos, parece que su serenidad zozobra.
YO: Todos ustedes tenían motivos suficientes para matar al mayordomo. Por ejemplo, usted, Sra.Blanco, le tenía un gran odio después de que él matara accidentalmente a su gato.
SRA. BLANCO: ¡Yo jamás habría matado a nadie por esa frivolidad!
YO: No estoy diciendo que sea así. Todos ustedes, al igual que la Sra. Blanco, tenían un móvil que les podría haber impulsado a llevar a cabo este asesinato: la venganza.
CORONEL RUBIO: (gritando vehementemente) ¡¿Quiere dejarse de discursos y decirnos ya quién es el canalla que mató al mayordomo?!
YO: Paciencia, aquí el detective soy yo, ¿me permite proceder? el coronel retrocede en silencio, obediente y exhausto, espero unos instantes y me dispongo a continuar) Como decía, todos ustedes tenían motivos para acabar con su vida, pero solo una persona tenía los medios… (advierto varios cambios significativos en el semblante del criminal, su tez palidece y su mirada se vuelve lejana, como si estuviera a quilómetros de distancia)… sólo uno sabía cómo conseguir que pareciera un triste accidente. Es increíble lo que se puede hacer con un pequeño y sencillo artilugio, ¿verdad? (noto cómo sus ojos me miran furtivamente).
Cuando llegué a esta habitación por primera vez para realizar una rápida inspección ocular, pensé que la clave del asesinato fue la poca iluminación que esta tiene. Fue usted muy agudo, señor, pero yo lo soy más. El pasado miércoles, mientras la Señora Blanco me enseñaba toda la casa, me llamó la atención una sala con estanterías llenas de lentes de diferentes tamaños. Mi padre había sido fotógrafo y durante toda mi infancia no hubo día en que no me enseñara algo sobre ellas. Los recuerdos que afloraron en mí me hicieron imposible resistir la tentación de entrar a contemplarlas y entonces fue cuando lo vi todo claro: la clave del asesinato no estaba en la oscuridad de la sala, sino en una de las pequeñas ventanas… y en las lentes.
En ese mismo momento recordé un detalle que me había sorprendido cuando visité el desván para hacer la rápida inspección: todos los cristales de los ocho tragaluces que hay aquí son planos. Todos excepto uno, éste de aquí (señalo la ventana que está a mi lado). Esta pequeña ventana tiene, al contrario que las otras siete, una lente biconvexa, más conocida como lente convergentes (advierto cómo el asesino traga saliva e intenta mantener la calma, la gente de su alrededor empieza a mirarlo con sospecha). Supongo que no todos ustedes conocen las propiedades de este tipo de lentes. En resumidas cuentas: proyectan los rayos de luz que las atraviesan en un punto llamado foco.
El asesino escogió la lente de tal manera que su foco se encontrara exactamente a una altura de un metro y setenta centímetros del suelo. Además, conocía perfectamente la hora exacta en que los rayos del Astro Rey incidirían sobre dicha lente. Quedó aquí con el mayordomo unos y se encargó de entretenerlo con una larga charla hasta el instante concreto en que los rayos del sol, focalizados por la lente, lo cegaron. El pobre infeliz se movió bruscamente, para apartarse del exceso luminoso, y tropezó con la escoba, que había sido colocada meticulosamente para que el asalariado resbalara y se golpeara con el mueble.
Sé que esta hipótesis puede parecer un poco forzada, pero tengo pruebas de ello. Encontré una factura de hace un par de semanas en que se detalla la colocación de un cristal convergente como vidrio para la ventana. Resulta sospechoso que en una habitación con siete ventanas con vidrios planos se coloque uno con una lente convergente, ¿verdad? En la inspección ocular me di cuenta de este detalle y me dijeron que el niño había roto el anterior cristal de esa ventanita de un balonazo. Le pregunté al chaval si lo había hecho, pero él lo negó. Después de mi visita a la habitación de las lentes, mis sospechas se acrecentaron. Supe que lo que me habían dicho no era verdad cuando vi que en el patio exterior había unos trozos de cristal del mismo grosor que el de las ventanas. Eso me dio a entender que se había roto el cristal desde dentro y no desde fuera (noto que el asesino respira de forma rápida y violenta).
Dicen que muchos criminales quieren que los identifiquen para que se reconozca su trabajo, quizás eso hizo que el asesino no se deshiciera de los cálculos que realizó para saber en qué punto estaría el foco que cegaría al mayordomo. Además, la hora de la muerte de éste coincide con el momento de mayor incidencia de los rayos del sol sobre esta ventana. Por lo tanto…
PROFESOR MORA: No…
YO: Está usted detenido. Es una idea tan meticulosamente preparada que resulta evidente que fue suya.
PROFESOR MORA: Pero… ¿cómo lo ha sabido? ¿Cómo ha sabido lo de las lentes y los cálculos?
YO: Profesor, yo también soy físico.
El despertar, Helena Izquierdo González
Un forat fosc i negre m’envoltava,
ni tan sols la llum escapava
de la seva profunda immensitat.
Sense destriar el somni de la vigília
el meu cap fluïa en perfecta harmonia,
i a través de les ones vibrants, s’esvaïa.
La llum volia reflectir,
traspassar la intensa foscor.
Però alguna cosa s’oposava al seu camí,
impedint-li prosseguir.
La llum, una ona transversal,
que viatjava per l’espai,
es dispersava pel finestral,
formant un espectre infinit
dels colors de l’arc de Sant Martí.
Els fotons oscil·laven harmònicament,
interferint amb els meus pensaments,
que cavalcaven entre el somni i la realitat.
L’hora anava arribant,
i el despertador preparant.
Aviat el sol naixeria
i la lluna s’acomiadaria.
Les meves fràgils parpelles
s’obren sense cap mena de pressa,
la llum elàstica il·lumina les pupil·les,
enaltint els meus ulls turquesa.
La llum aconsegueix per fi
arribar al seu destí.
Amb una velocitat infinita,
comença un nou dia.
Supernova, Lasrian Cronin
It began in times that have already past,
a sudden crash that caused a blast
more than seven thousand light years away,
which still remains in our sky today.
A champion among its own kind,
the brightest we have been able to find,
a lifeless star that still stands mighty,
shadowing us with immortal beauty.
Two white dwarfs which came to collide,
creating a mass of dust and light.
The story of which will always be spoken,
a promise of memory that won’t be broken.
This display seen by people below,
happened a thousand years ago,
there came two stars destined to die,
yet not one tear in not one eye.
A tragic end that no one could fix,
on the first of May of one thousand and six,
has shown us the beauty that comes with dying,
and this is the reason that no one is crying.
En busca de la luz, Martina Roca
Hace mucho tiempo, durante la prehistoria, había una población diferente a las demás. Se llamaban a sí mismos los “subterráneos” ya que ellos no dormían en cuevas o en el aire libre, se dedicaban a construir miles de túneles bajo tierra, eran sus casas, sus pueblos, su mundo.
Un buen día nació una niña, muy alegre, que era capaz de hacer reír a todo el mundo, incluso en el peor humor. La llamaron Anna. Sabían que esa niña era diferente. Anna era ciega. Nunca se habían encontrado con un bebé ciego, y no sabían qué hacer.
El mejor amigo de Anna, Leo, un día le juró que conseguiría que ella pudiese ver la luz. Los otros chicos se reían de él, diciéndole que era imposible que los ojos de su amiga fuesen capaces de ver.
Leo esperó durante años, hasta cumplir los quince, la edad en que los niños de volvían hombres y podían abandonar la tribu y explorar el mundo. La noche del último día de cada mes, se hacía una ceremonia, para los chicos que se convertían en adultos. El pueblo hacía una enorme fogata. La gente se sentaba alrededor de ella, y los chicos de 15 años se ponían de rodillas dentro del círculo, hasta que el chamán de la tribu los nombraba adultos. Después todo el mundo bailaba y los niños, ahora convertidos en adultos, celebraban su nuevo título hasta el amanecer.
Esta noche, era el turno de Leo. Fue la mejor fiesta de su vida, bailó toda la noche, la mayor parte con Anna, y comió hasta que no pudo más. Se entristeció cuando llegó el amanecer. Leo se fue a dormir, era la última vez que estaría en su cama durante mucho tiempo.
Al día siguiente se despidió de todo el mundo, sólo quedaba despedirse de Anna.
Entró en su habitación, ella estaba sentada en la cama, mirando la pared. Al oír que alguien entraba se giró hacia él.
-Eres tú Leo?- preguntó.
-Sí, vengo a decirte adiós.
Ella asintió, y de sus ojos empezaron a brotar lágrimas. El chico, sin dudarlo, se acercó a ella y la abrazó. Los brazos de la joven rodearon la cintura de Leo y apoyó su cara en los hombros del chico. Estuvieron así hasta que Anna dejó de llorar. A Leo se le rompió el corazón verla así. Finalmente, Anna habló.
-¿Sabes siquiera si existe esta luz mágica de la que hablas?
Leo la miró directamente a los ojos, unos ojos azules preciosos que no eran capaces de devolverle la mirada. Él suspiró.
-Hablé con el chamán. Él me contó una historia sobre una vieja bruja que vive en el pico de la montaña más alta, hacia el norte. Tiene guardado en un pote una luz, más vieja que este planeta, que es capaz de iluminar la oscuridad absoluta. El chamán dice que la luz solo puede ser usada con un fin generoso y que de paz. Voy a conseguir esa luz Anna, tal como te prometí.
Anna seguía llorando, temía que Leo no regresase.
-¿Por qué haces esto por mí?- preguntó ella.
El muchacho no contestó, en cambio, posó sus labios sobre los de ella, en un beso de despedida. Al cabo de unos segundos, él se apartó y abandonó la habitación, dejando a la muchacha en su cama, y empezó su trayecto hacia la superficie.
Habían pasado seis días desde que Leo abandonó los túneles. Después de haber cruzado lagos helados, luchar contra lobos hambrientos y de escalar una montaña de seis mil metros, Leo se encontraba delante de la puerta de la casa de la bruja. Sentía como si el corazón le fuese a salir del pecho y, utilizó todo el coraje que tenía para llamar la puerta.
Una anciana le abrió la puerta. Tenía el pelo largo y gris recogido en una trenza, sus ojos marrones escondían conocimientos que seguramente nadie más sabía, tenía una aura de paz y tranquilidad, Leo volvió a la realidad y se aclaró la garganta.
-Mi nombre es Leo, he venido a buscar la luz mágica que me han dicho que usted posee para devolverle la vista a mi amiga.- el muchacho se puso de rodillas ante la anciana y bajó su cabeza- le suplico que me la dé.
Hubo unos segundos de silencio hasta que la mujer habló.
-Llevo años esperándote Leo- él levantó la cabeza- sabía que un día aparecerías en mi puerta suplicándome que te diese la luz. Querido joven, esta luz te perteneció desde que naciste, yo solo la he estado guardando hasta que llegaras, y aquí estás.
La anciana sacó un pote de cristal de su bolsillo. Un cuerpo hecho de luz estaba dentro de él, la luz se agitó ante la presencia de Leo. Él cogió el pote y lo guardó en su mochila.
Canela, José Manuel Borrego
Desde mi infancia, cada mañana, pasaba por la calle donde Rodrigo, sentado en su viejo taburete delante de su casa, empezaba a entonar un suave ritmo con su tambor. Pasaba sin prestar mucha atención a nada, simplemente caminaba. Me detenía frente al tendero, quien me recibía amablemente, y compraba una pizca de canela. Esa pizca de canela era el ingrediente para un bizcochuelo delicioso que preparaba cada día mi abuela. Me presentaba en su puerta, la saludaba, le entregaba el recado y salía a cumplir con otros deberes. Al atardecer disfrutaba del bizcochuelo recién hecho y me despedía de mi abuela. Una mañana me dirigía al otro lado de la calle, a casa de mi abuela, entristecido y molesto por no llevar la canela. El tendero no había abierto. Un balón se me cruzó y quise patearlo sin ningún motivo con la desgraciada suerte que no presté atención al coche que se acercaba. No sé qué sucedió. Lo único que recuerdo de aquel entonces es que mi abuela no cocinó ningún dulce durante un mes. Cada tarde se sentaba junto a mi cama y entre lágrimas y sollozos, rezaba. Siempre que nadie se lo impedía, se quedaba a dormir en el hospital. Pasaron días y semanas sin que yo despertase, pero mi abuela nunca perdió la esperanza. Un día, abrí los ojos. Desde entonces, cada mañana, cuando el cielo se despierta con un alegre tono rosado, paso delante de casa de Rodrigo quien, sentado en su viejo taburete azul, empieza a entonar un suave ritmo con su tambor. La calle está tranquila pero lentamente el aire porteño se cubre de tonos vivos al son de las buenas gentes. Veo cómo un gato blanco se estira y bosteza en un tejado amarillo. Delante de la fuente cristalina, que brilla tenuemente con mil matices, unos niños salen de sus casas para dar comienzo a un nuevo día. Al pasar por el parque, lleno de azucenas y margaritas, cojo una delicada flor violeta, saludo a Roberto y sigo viaje. Dejo delicadamente la flor en la puerta de la casa de Beatriz y cruzo la calle. No ha cambiado mucho desde que vivo acá pero ahora todo es diferente. Puedo notar una luz muy distinta y, si la fuente de esa luz no cambió, debo ser yo. Ciertamente, perdí los ojos de preocupación y desesperanza cuando me sucedió la desgracia. A cambio, me he creado unos ojos nuevos, sin filtros. Ahora veo una mágica luz que todo desprende. Me detengo frente al tendero, quien me recibe amablemente con su delantal verde, y compro una pizca de canela.
Los primeros rayos de luz, Aïcha Makanga
Salí a la calle de madrugada, mientras la oscuridad de la noche invadía aún la ciudad. Deambulé por un laberinto de calles, perdiéndome entre muros de historia y aceras. Respiré el silencio y sentí el frescor del amanecer acercándose lentamente. El tiempo se me escapó de entre las manos hasta llegar al punto más alto de la ciudad. Fue su presencia, o quizás su aroma mientras se acercaba a mí, con los primeros rayos de luz de la mañana asomándose entre tantos edificios aún dormidos. Su silueta se recortaba delicadamente, como dibujada por el pincel más fino. Se podía vislumbrar el sol a lo lejos, más allá del horizonte, surcando el mar muy lentamente con timidez y creando en la superficie un largo camino de diamantes hasta la orilla. La luz de la mañana fue despertando la ciudad mientras aparecía ante mí la más bella persona que jamás pude ver. Bastaron tan sólo unos instantes para que nuestras miradas se entrelazaran. Sus ojos brillaban con la in tensidad del sol. Cuando pasó por mi lado y dejé de ver su rostro, me sentí ávido del imán de esos ojos y no pude evitar volverme, para descubrir que aquella extraña estaba allí de pie, frente a mí, esperándome. La luz de la mañana en ella era espléndida, casi irreal. La cogí de la mano y la arrastré hasta lo más profundo de la ciudad. Cuando sonreía, su rostro se llenaba de luminosidad y su fino cabello entre mis dedos resplandecía. Dejamos escapar risas por entre los edificios, y nuestros pasos se perdieron por el asfalto. Éramos dos desconocidos cogidos de la mano, dos almas sin rumbo gritando felicidad. Y fue cuando, sentados en un pequeño banco del parque, cansados de jugar nos paramos a soñar, mientras el sol se había encumbrado en la cima del cielo, de un azul tan claro como sus ojos. Sintiendo su cuerpo contra el mío y sus suaves dedos surcando mi nuca cerré los ojos, aspirando el aroma de aquella mujer que la brisa traía consigo. Qué moment o tan embriagador, qué sentimiento tan eufórico. Una dulce iluminación. Todo el universo se detuvo ante tal fulgor. Estaba en la cúspide del mundo. Si alguien hubiera tenido el valor de llamarme loco en aquel preciso instante… El sol empezó a descender lentamente cuando decidimos reanudar nuestro paseo. Nos entregamos palabras que prometimos guardar en lo más profundo de nuestro corazón, mientras nuestras sombras formaban una sola. Los rayos de luz fueron desapareciendo poco a poco, todo se fue convirtiendo en un silencio frío, cada vez más sombrío. Nuestros pasos nos condujeron al lugar en donde todo había empezado. El sol apenas se percibía ya en el horizonte, y la oscuridad de la noche empezaba a reinar. La miré buscando una luz que ya no lograba encontrar. Me pidió que cerrara los ojos con un último destello en su sonrisa y cuando los abrí ella ya no estaba. Me vi envuelto en la más total y absoluta penumbra. Caí derrotado. Había creado un lugar para los dos, donde no me sentía solo. Un hogar. Me había consumido como una vela devorada por el fuego. Cerré los ojos una última vez. Pequeños puntos de luz orbitaban en mi mente como fragmentos de la luminiscencia de aquella m ujer. Me levanté y seguí mi camino en la más profunda oscuridad, anhelando el regreso de los primeros rayos de luz de l
Vuit minuts dinou segons, Guillem Méndez, Javi González, and David Jiménez
Calor. Explosions solars. Petons irrefrenables sobre la sorra. Nuclis d’hidrogen en reacció de fusió. Deler imparable d’unió. Xocs atòmics i desintegracions. Mans cercant arrelar en cabell aliè. Heli i energia nounats al món. Gemecs llençats a l’aire nocturn. Radiacions emeses a l’infinit buit. Mirades capaces de fondre. Infraroigs que escalfen àtoms en solitud. Sang repicant en les oïdes. Rajos movent-se al límit de la realitat. Calor febril sota capes de roba. Poder Fulgurant apropant-se a una roca rodona. Cors bategant a velocitats insospitades. Brou d’energia i gasos atmosfèrics. La romàntica Eos esperant els amants. Primerenca energia en forma de llum solar, espectre visible per l’ull nu. Mans unides i enamorades, parpelles obertes cap al mar. Lux i Iris junts al final.
Mirrors… Some light rhymes, Jana Codina, and Enric Solé
Flat, convexes or concaves
Help the tireless light
To turn left and right
Spread throughout waves
On shop-windows, glimpsing your reverse
See whether you’re looking nice
Stare at it more than twice
You’ll look symmetric but inverse
It’s not magic nor superstition
All’s related to light’s transmission
Viganella’s settled on a valley
With ranges all around
And the light cannot be carried
So rays never hit the town
Dark and cloudy eighty days,
Citizens were in light’s chase.
Hung a mirror in the proper place
Therefore now the light stays.
It’s not magic nor superstition
All’s related to light’s transmission.
Were also used in ancient times
Arquimedes a stratagem designs
Beams happened to defeat
And burn the sails of a whole fleet
Even in myth they can be found
Shame Narcis ends up drowned
Once the next the pond kneels
And so much love for himself feels
It’s not magic nor superstition
All’s related to light’s transmission.
As well as in science are effective,
In many issues such as perspective:
With the set of mirrors in the right angle
The microscope will magnify the sample
So mirrors countless applications have
But their success, with the light halve;
Unfortunately now the story is over,
And we arrived to the book’s back cover.
Luciérnagas, Gemma Blández
Se conoce como mar de ardora un fenómeno en el que grandes masas de agua emiten una luz misteriosa azul debido a la proliferación de una bacteria bioluminiscente. Mientras que por la noche pueden verse las olas del mar en llamas, durante el día, esos mismos microorganismos tiñen el agua de color rojo, como si para poder ver el hermoso despliegue de luz nocturna, se hubiera sacrificado alguna víctima inocente, mostrando al día siguiente, la sangre derramada. Cuando Caperucita conoció esta historia, empezó a interesarse por todos los seres vivos que eran capaces de emitir luz. Todavía era demasiado pequeña para poder viajar a aquellos mares mágicos en los que el agua y el fuego se fusionaban en un abrazo imposible, así que centró su interés en las luciérnagas.
Algunas noches se escapaba de su casa y se adentraba en el bosque en busca de estos insectos alados. Le habían dicho que abundaban en aquellos parajes puesto que se ven atraídos por los humedales del pantano cercano. Caperucita observaba fascinada como aquellos pequeños duendes no solo eran capaces de producir luz sino que también construían un lenguaje de destellos intermitentes que solo ellos entendían. La abuelita, que había sido científica de la NASA, le había explicado que la luz siempre se había utilizado como forma de comunicación, desde las hogueras que se encendían para indicar la posición de unos exploradores perdidos, hasta los faros de navegación para señalar a los barcos la entrada del puerto. “¿Sabes que el ojo humano solo ve una parte de la radiación electromagnética? Existe un tipo de luz que es invisible. ¿Qué tipo de luz, abuelita?”-preguntó interesada Caperucita-“Por ejemplo, los humanos no pueden ver la luz ultravioleta, pero ex isten insectos que sí pueden verla ya que es útil para encontrar el néctar en las flores. Piensa que siempre hay una realidad que no vemos y que existe.” Una tarde en la que llovía sin parar, la abuelita aprovechó para hablarle de las estrellas. “A veces, cuando muere una estrella gigante, se crea un agujero negro que no deja escapar la luz, debido a que la gravedad es muy extrema. Es como si se creara un embudo que se va estrechando hasta cerrarse en sí mismo. Llegan incluso a devorar parte de un planeta errante que pase cerca. Las personas pueden llegar a ser estrellas brillantes y emitir su propia luz, pero también pueden convertirse en agujeros negros, cuando se enfrentan a la oscuridad.” Caperucita no acababa de entender pero no dejaba de escuchar con atención.
Aquella misma noche, aprovechando el reguero de claridad que había grabado la luna llena sobre la tierra, Caperucita volvió al bosque para buscar más luciérnagas. Unas fuertes ráfagas de viento agitaban las ramas de los árboles con violencia y, por primera vez, sintió miedo. Aún así, se fue adentrando cada vez más en la espesura, pero no lograba encontrar las luciérnagas. Permanecía a ratos muy quieta y callada, por si las había asustado, pero no conseguía verlas. De esta manera, se fue alejando cada vez más para acercarse al pantano con la esperanza de que pudiera encontrarlas en los juncos que lo rodeaban. No sabía si era el miedo o la decepción, pero su corazón empezó a latirle más fuerte y un sabor extraño viajaba desde su estómago a la garganta. Empezó a tener mucho frío y notó como todo su cuerpo se contraía. Parecía que todo el inmenso bosque se doblaba hacia ella, dejándola atrapada entre su vegetación. Miró la luna y vio como esta se ensombrecía, dejando al descubierto dos astas que sentía clavadas en su vientre menudo.
Pequeñas astillas de plata usurpan sus manos. Pero ella no lo sabe. Su sonrisa hiere por un costado. Pero ella no lo sabe. Su mirada de mimbre se ha curtido de piel. Pero ella no lo sabe. Sus cabellos de lobo han deshecho las trenzas. Pero ella no lo sabe. Y puede arañar, y puede morder y puede incluso devorarse con una fuerza que jamás había pensado tener.
Al día siguiente el pantano amaneció cubierto de un manto rojo, como si los hilos del abrigo de Caperucita se hubieran entrelazado con las aguas. Los vecinos comentaban que la noche anterior habían visto unas extrañas llamas azules sobre el lago, pero nadie acababa de entender lo ocurrido. Cuando Caperucita salió del bosque, una intensa aureola rodeaba su silueta. Las ropas, totalmente rasgadas, apenas cubrían su cuerpo. En sus ojos se removían ebrias la luz de las luciérnagas, la claridad azulada de la luna y la repentina oscuridad de la noche. No pudo si no mirar con nostalgia sus pequeños zapatos rotos.
Jordi Andilla a l’arpa làser més poètica i científica interpretant la seva intro al concert.